La difusión del arte a través de la imagen impresa es tan
frecuente que las reproducciones se convierten en muchos casos en una guía más
constante que la interacción real con una obra. Cuando las obras se encuentran
en algún lugar distante y por alguna razón no se puede tener contacto con
ellas, su Imagen fotográfica es a veces la única herramienta que tenemos para
intentar comprenderlas. Aunque la fotografía es una herramienta muy útil, la
percepción de una obra cambia debido a las características propias del medio,
por esta razón, observamos (por ejemplo) esculturas o instalaciones, en dos
dimensiones sin lograr percibir la tercera dimensión en su totalidad.
En el caso del performance, el problema se agudiza pues el
tiempo y el movimiento están ausentes. Al tomar un performance que no he visto
y traducirlo a la pintura llevo a cabo una distorsión de la idea original, pues
si de la acción a la fotografía hay de por sí una alteración, al traducir la
imagen a la pintura se cambia totalmente su sentido, pues el recorrido que
realizo el arte desde la pintura a la obra efímera y a la acción se ve forzada
en sentido inverso. No es una burla ni una transgresión este acercamiento al
performance pero si en una opinión, un intento de entender un medio que no
conozco desde mi vocación de pintor, que intenta defender la vida de la pintura
de su muerte prematura.
Lo que queda son instantáneas y vídeos; como dice
Beecroft," lo que a mí menos me interesa”. Incluso la documentación vive
de la idea de que uno podría haber estado presente; muy acorde con la cultura
del happening propia de finales del siglo XX, se ofrece algo que los medios son
incapaces de transmitir.
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